Primeros días en China


10 de julio de 1999

No escribí nada en Changchun. Tengo recuerdos aislados pero muy precisos. La dificultad al cruzar las calles abarrotadas de vehículos y bicicletas bajo la lluvia. Llovía y llovía. Un insólito hotel mezcolanza de diferentes estilos, decoración recargada y desmedida, una sauna móvil e inestable a la que poco le faltó para rodar por el suelo con nosotros dos dentro. De allí viajamos a Shenyang.



Viajamos en tren, es divertido sacar los billetes. Todos los letreros están en grafía china, necesitamos, mapa en mano, que alguien la traslade a la grafía occidental.

Hoy es mi cumple. Casi inconscientemente pienso en mi edad, aflora en mí un escalofrío de angustia unido a un cierto estupor, pero en realidad me da lo mismo. Además no tengo de qué quejarme.

Fiesta en una habitación pequeñita y extremadamente sencilla, fiesta íntima, privada, personal.
¿Tendré tiempo aún para descubrir algo más sobre mí cuerpo? Llegado es ya, más que de sobra, el momento de que mi cuerpo sea mío. Conocerlo del todo, en sus recovecos, sus suavidades, sus asperezas. Sentir el pulgar del pie derecho, la suavidad del culo, los hombros, las axilas, la tripita… Tantas partes de mi cuerpo que no reconozco, las yemas de mis dedos, sentirlas a ellas cuando toco otro cuerpo y cuando el otro las roza.

Después celebramos mi cumpleaños con una cena comprada en el restaurante de enfrente, mangos y té.



Alberto:
Pienso en la mujer Li Piao. Me convenzo de que lo que realmente he venido a ver en estos países son rostros, rostros de mujeres, de niños, de viejos, de hombres. Me encuentro en el camino el rostro de Valentina y su hija Irina, otro mundo precioso que representa quizás a otros muchos millones que pueblan este planeta. Hay una palabra hoy para toda esta gente: ternura, un concepto relevante que debería tratar de recrear aislado del conjunto global de las sensaciones.


Mario, Varanasi:
En una larga noche de insomnio, de mosquitos y de sueños extraños empapados de sudor y aire cálido, decidí, una vez en Varanasi, pasar buena parte de mi viaje leyendo, estudiando esa inmensa amalgama de sentimientos, visiones, religiones y paisajes. Quiero descentralizar la cultura que llevo dentro.
A los indios les interesa la vida sexual de los europeos, te preguntan cuántas te has tirado y yo, fiel al ideal europeo, miento.
Benarés, nunca despiertes, quédate en la infinita hora del levante, saca a pasear tus barcas eternamente y yace como las aguas que te recorren.




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