Pekín . Nanji



13 de julio de 1999

Ayer volvimos de un maratoniano recorrido por la ciudad, estaba cansada, pero sobre todo me sentía mal, la palabra que me venía a los labios para precisar mi estado de ánimo era: disminuida. Algún tinte irónico, unas argumentaciones abrumadoras, me dejan siempre en una situación entre humillada y rabiosa.


No sé si poco a poco las cosas vuelven a su cauce o si es mi instinto de supervivencia el que me lleva a serenarme e, incluso, a sentirme más optimista.


Tuvimos que utilizar un viaje organizado para ir a las tumbas Ming. Divertidísimo. El autobús nos deja cerca de la zona de las tumbas, pero en una joyería, con la intención de todos conocida. La atravesamos y nos dirigimos a la entrada del recinto, bastante alejada, bajo un sol de justicia. Nos cobran, pasamos formando parte del gentío. El pequeñísimo museo es imposible verlo, multitudes ante las vitrinas. Seguimos al palacio subterráneo, flechas y más flechas canalizan a la muchedumbre para que no pueda escapar de lo que se le avecina. Llegamos, una larga cola entre barrotes termina en un tropel que puja por entrar. Seguimos a unos soldados que, muy avispados ellos, se meten por entre las barras. En la puerta, empujones, gritos, inclusive una pelea a puñetazo limpio entre una chavala y los vigilantes. Conseguimos entrar, lo que nos espera a toda esta aglomeración de chinos y ocho o nueve occidentales son tres pisos de bajada (que luego habrá que subir), escaleras desnudas, sin un entorno que recuerde dónde estamos, hasta llegar a tres salas; en ellas, dos grandes losas, dos tronos, dos vasijas, cuatro velas, unas misteriosas cajas enormes de contenido desconocido y billetes arrojados por la gente, no sabemos si para pedir un milagro o para aportar algo a ver si así decoran la entrada o ponen unas florecitas. Tomadura de pelo. Fraude total. Calor aplastante. Cerca del hotel nos cobran cuatrocientas pesetas por un kilo de lichis y no sólo las pagamos, sino que repetimos la novatada con medio kilo de ciruelas; cuando nos damos cuenta y volvemos, nos preguntan si queremos otro medio kilo ¿Es nuestro primer viaje o qué?




Me quedo dormida con los Cuentos de Canterbury pegados a la nariz. Cansancio después del recorrido por la Gran Muralla y la Ciudad Perdida. He perdido la fluidez de la escritura que tenía en el viaje a Sudamérica.


Camino hacia Nanji
Las azafatas del tren, vestidas de punta en blanco, contrastan con el ambiente mucho más humano del vagón. La gente juega a las cartas, lee, dibuja, duerme en el suelo; un hombre hace gimnasia, alguno canta. Enfrente de Alberto una chinita de rostro original, como escapada de una antigua pintura china, charlatana, coqueta y curiosa, tan pronto se interesa por el ajedrez como por el aprendizaje del español o por mi vecino de la derecha, de cara redondita y simpática ¿Qué tendrá en su bolsa de mano? La lleva agarrada y bien agarrada. A su lado una pareja de rasgos mongoles intenta dormir, ella se enfada como una niña cuando algo la despierta.
Temprano atravesamos el Yangtse.




Alberto:
Victoria está frente a mí tomando un té frío. Está en baja, como yo; dice que se siente disminuida. Creo que pasamos demasiadas horas juntos. Se masca en el ambiente una incómoda tensión que viene tanto de nosotros mismos como de nuestra relación. La cuestión de la irresoluta soledad del ser humano. Uno siente la debilidad del otro, el otro se ve descubierto/observado en su intimidad, en un desliz que no le favorece, y ambos, aparentando no darse por enterados de lo que está sucediendo, hacen un esfuerzo de aproximación en el que fracasan sin remedio.



Guille, El Chorrillo:
Maravillosas tres páginas de Pavese_ "El nombre". Bourdieu: "El mundo jerarquizado y jerarquizante de las obras culturales.
Quique viene a casa, trae comida, el correo, llega, cocina, y todavía quiere fregar los platos: estoy pensando proponerle que se venga conmigo a Cork y deje aquí a lucía, pero creo que no cuela.




Lucía, El Chorrillo:
Si esta noche sentisteis que algo, tal vez un fenómeno extraño, interrumpió vuestro plácido sueño, tranquilos, maldecid o alegraos por ello, porque fui yo, que ahora mismo os hablo de Los Chorrillos del oro.




Mario, Varanasi: ¿Qué es eso de mojarnos, empaparnos en otras vidas humanas y después ir secándonos hasta perder el olor, el sabor y la forma de aquello que en un momento quisimos tan profundamente?


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