Hangzhou




21 de julio de 1999

Calor, calor, calor. Y humedad. De vez en cuando una brisa suave renueva los ánimos. Estamos sentados frente al lago. La gente se reúne para jugar a las cartas o a las damas. Una mujer está sentada junto a una de las mesas de piedra; va vestida miserablemente y tiene un aspecto sucio, es joven, su dentadura amarilla e incompleta destaca sobre un rostro cobrizo. Mira a su alrededor, mordisquea algo que lleva en una bolsa y de vez en cuando sonríe. Nadie se sienta a su mesa, a pesar de que las demás están todas ocupadas. Lía y deslía una bolsa de plástico, se pone seria, parece a punto de llorar y, de pronto, sonríe.




Alberto:
"Pero por qué se pone uste de rodillas?" "Pues porque al despedirme del mundo quiero, en su persona, despedirme también de mi pasado... Me postro de rodillas ante todo lo que hubo de bello en mi vida, lo beso y le doy las gracias" (Dostoievski. Demonios)

Hay momentos en que tengo especial necesidad de cuidar a esta persona que tengo a mi lado.



Mario, Calcuta:
El crecimiento de Knetch en El juego de abalorios, su aprendizaje, se mezclan con una ansiedad por experimentar lo mismo. Juego a verme viviendo esas primeras lecciones de meditación con mi flauta imaginando sonidos y danzas. Recreo a sus personajes con rasgos indios.




Guille, Cork:
Azúa: "... más tarde he podido comprobar la función destructiva de bailes, meriendas y excursiones, gracias a uno de los pocos libros científicos que he leído, en el que se describe minuciosamente el efecto nocivo de tales aficiones sobre el protagonista -llamado Marcel- y algunos personajes emblemáticos (una princesa, una abuela, un noble bretón, un judío que se casa con una ramera, etc.), todos ellos conducidos lentamente a la más severa abyección por tomarse en serio tales distracciones".



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