Astor




29 de agosto de 1999

Acaban de matar una gallina para nuestra cena. Pedimos pollo para cenar y media hora antes de la cena, mientras leíamos a los poetas de la dinastía Tang, oímos un guirigay y vimos a un hombre con una gallina en una mano y un largo cuchillo en la otra. Ahí, delante de nuestras narices mientras respirábamos el bucolismo chino.



La experiencia de hoy ha sido magnífica. De Kharimabad a Gilgit, microbús, de Gilgit a Jaglot, un suzuki,  y de Jaglot a Astor en jeep: yo y veintiún hombres, Alberto y pakistaníes altos y barbudos, la mayor parte de blanco,con equipaje incluido en la caja del jeep. Calculo unos 15 cm cuadrados por persona. Caerme, desde luego, no podía, La altura de los pakistaníes que me rodeaban no me dejó ver el Nanga Parbat. Solo en los últimos kilómetros me pude sentar encima de los equipajes. Una pista estrecha que a veces se convertía en una senda, pendiente arriba, pendiente abajo, siempre excesivamente inclinada hacia el vacío y el jeep moviéndose como si fuera la ola, aquella atracción de feria que tanto me gustaba de pequeña. Pero tenía área de descanso: un puestecillo donde se podía tomar té: una mesa con unos cuantos vasos, un hornillo y un sistema de polea para sacar el agua del río, allá abajo, donde podríamos haber ido a parar los veintidos en cualquiera de las curvas de la pista. 



Alberto:
Empotrado contra las barras de hierro de la caja del jeep; los pies inmovilizados en un reducido espacio; la cámara colgando (de vaz en cuando fotografío a Victoria cuya cabeza sobresale de entre un montón de rostros morenos, viriles. Entre zarandeo y zarandeo calculo veintidós personas, a 70 kilos por unidad, mil quinientos cuarenta kilos más el equipaje en un jeep que no tiene el largo de un turismo normal. A un palmo de la rueda veo el río cien o doscientos metros más abajo. Calculo la inclinación que debe tomar para que todo se vaya al garete. Es cosa de suerte, ni siquiera tendríamos el honor de aparecer en la prensa.



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