Cruzamos Pakistán camino de Irán




Del 11 al 16 de octubre de 1999

Lahore

Me despierto temprano. Alberto está dormido. Leo el libro de Ana María Briongos Negro sobre negro y me meto en Irán sin darme cuenta. Es un hito en el viaje cada vez que cambiamos de país y de cultura. Desde nuestra primera entrada en Pakistán y hoy apenas ha habido diferencias en los países que hemos recorrido, tenían una buena parte de su cultura en común. Irán es otra cosa.

A los iraníes no les gusta que se les considere árabes porque son persas, descendientes de arios; su lengua utiliza la grafía árabe pero es una lengua indoeuropea, el farsi; tampoco respecto a su religión coinciden con Pakistán y Bangla Desh, son musulmanes chiitas.

 ¿Qué camino recorren las percepciones, cómo provocan sentimientos o pensamientos dispares? Sin necesidad de actos concretos a veces basta una mirada, una postura, para despertar nuestra afectividad o nuestro rechazo. ¿Cuántas cosas se le van presentando a esta percepción en su camino? ¿El propio orgullo, el análisis social, el grado de cansancio ante una civilización, unas costumbres, educación, cultura que chocan con la nuestra? En Pakistán hay un 25% de alfabetización, un 15 entre las mujeres. En el departamento del tren viaja con nosotros una familia, pareja con dos niños entre tres y cinco años. Por la noche el padre atendía cuidadosamente a sus hijos bajando y subiendo a las literas, llevándolos al servicio, mientras la madre dormía. Me gustaba. Ahora me siento empalagada por esa atención, solicitud agobiante hacia sus hijos. Les da un biberón, les acerca un plátano para que vayan comiendo. El extremo opuesto de la calle. Cuando un vendedor de calle se sienta enfrente de la puerta del compartimento la cierra sin consultar a nadie, la abre de nuevo cuando se ha ido. A la hora del desayuno se aposentan tranquilamente ocupando el espacio del iraní que ha bajado a pasear al andén. Veo en la mujer, y también, aunque menos, en el hombre un gesto de suficiencia desagradable. Somos de aquí, de un país con armas nucleares, buenos frente a los malos indios, no sabemos leer ni escribir pero no importa, tenemos claro que Cachemira es nuestra, que somos musulmanes y llevamos razón en nuestras creencias; mujeres hermosas bajo sus fundas de saco de patatas, libres recluidas en las casas de sus esposos, felices (?) de que las hayan salvado del oprobio en el que vive la mujer occidental; no importa que los trenes sean los mismos que utilizaban los ingleses y que estén en la misma situación en que los dejaron, ni que la mierda brote por doquier en las ciudades, somos musulmanes, no nos gustan los saris, esos saris multicolores que iluminan las calles y los campos llenos de la misma basura, mucho más hermoso una tela oscura que cubra por completo esa posesión exclusiva nuestra mientras las estaciones, los paseos de los pueblos, los establecimientos están llenos de hombre solos, que hablan desde la seguridad viril que les proporciona sentirse dueños de lo que les rodea y estar en la verdad, hombres que pasean cogidos de la mano, que se abrazan tiernamente porque son así de cariñosos y ¿quién sabe si porque sólo conocen a esa mujer que tienen guardada en casa? Bella porque está oculta, feliz porque está a salvo de peligro de la vida que pulula fuera de sus cuatro paredes de adobe y de tela; ni siquiera ha tenido que molestarse en decidir en qué lado de las paredes quiere estar. Revoltijo de sensaciones e ideas sobre un país que parece ir hacia abajo sin posibilidad alguna de salvación. Mientras un extraordinario paisaje de arena, pequeños oasis, ocres, verdes, grises, bajo un cielo uniformemente azul cielo aparece como ajeno a toda esta miseria social y personal que le ha tocado mantener en su suelo.

Taftan, sucio, polvoriento. El "hotel" es un chamizo oscuro con una alfombra raída y una cocina donde hacen té. Como retrete tenemos que usar una valla a diez metros de las casas, a la vista de todo el que pase, pueblo de cambistas (medio pueblo se pasea con bolsas de billetes detrás de los viajeros) y traficantes. En la frontera varias familias afganas refugiadas en Irán, tres viajeros occidentales.




Alberto
Tres mezquitas, la última, Wazir Khan Mosque, una preciosidad en mitad del mercado: mosaicos, la última luz de la tarde cubría de una tonalidad cálida los rojos desgastados de las fachadas. Después más mercados y las calles siempre rebosantes de gente y vehículos.
En la aduana. Hace un mes: amigos de toda la vida, brazo por el hombro, my friend, how many dolars do you have? (¿)... (¿) Ya: ¡caímos...! pelas, lo de siempre, les mandamos a la mierda, nos deshizo el macuto, vigilamos intensamente para que no nos metieran ninguna mierda entre el equipaje, mafia a tope. Así que de nuevo, a ver la jeta a estos chorizos. Debemos haber adquirido ya don de gentes (contamos ya 18 fronteras atravesadas, a Victoria le salen 14, se puso a contarlas de nuevo, hasta que a la mitad más o menos, se dio cuenta de que era una gilipollez y lo dejó), el caso es que empezaron con el mismo rollo (meten a los que atraviesan la frontera a pie -un kilómetro, no hay vehículos- en habitaciones distintas y allí maquinan), casi no abrimos la boca, los miramos con cara de bostezo, quizás nos reconocieron (esta frontera no la debe de atravesar mas de 15-20 personas al día), hicieron un atisbo de seguir adelante pero desistieron.
Un tío que nos cambia dólares al mejor precio, whitdout charge (que le demos los dólares, dice, y comenta que se va, que dentro de media hora vuelve -je, je....- que nos saca los billetes de tren gratis por las tres cuartas partes de los precios de taquilla (duros a peseta) para los trenes que queramos y cuando queramos (joder... mira que hay que ser crédulos en este mundo). Vamos, que por la noche entramos en la habitación y después de inspeccionarla encontramos que en la cerradura hay un clavo cuya única función es impedir que tú puedas bloquear la puerta por dentro. esta noche atrancaremos la puerta con los sillones, una mesa pequeña, otra grande y desencajaremos un puerta para ayudar al conjunto.
Despertamos, ponemos lentamente nuestros cuerpos en movimiento. Seguimos sin agua. La luz entra por una ventana lateral que roza el techo, cae de plano sobre el blanco de las sábanas haciendo del resto un claroscuro destartalado y triste. Las hormigas, diminutas, se pasean interminablemente por todo el piso de la habitación. La camisa nueva que me compré ayer cuelga de un clavo de la pared.




Lucía, El Chorrillo
No esperaba esta reacción. Pensé en una rápida, casi inmediata adaptación, creía que era bastante consciente de todo, de los dos mundos en los que he andado últimamente y que no me iba a chocar tan bruscamente la llegada. Es lo que me ocurre a veces, calculo mal, y en este caso parece que la impresión, la corta vivencia en India y Nepal ha dejado más posos y ha quedado algo más asentada de lo que creía. Me encuentro aún adormecida, desconocida en este entorno, entre esta gente, mi gente. Me descuelgo de las conversaciones... intento encontrar una señal cómplice en este mundo que ahora me resulta tan absurdo.


Guille, Cork
Fin a Berger (Ways of seeing). Nada demasiado especial. Interesante al principio y (hasta cierto punto) esa sociología de la pintura al óleo y su relación con la propiedad. Esperaba bastante más.

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