Irán: de la frontera pakistaní a Teheran





Del 17 al 25 de octubre de 1999


El viaje en camioneta desde la frontera iraní, recorrimos los ochenta y tantos kilómetros a Zahedán en la caja de una camioneta, viento y desierto. 
La ciudadela de Bam, solitario a la luz de la mañana temprano. Mi indumentaria: gabardina, panalón negro y pañuelo.



Shiraz
Me siento en esta ciudad casi como si viviera en ella. Es acogedora y apacible. No tengo prisa ni me agobia el tiempo que transcurre ni el que nos queda. Alberto está guapo con su camisa pakistaní y sus pantalones iraníes. ¡Aquí estamos! dice en uno de los culos del mundo.

Tumba de Sayyez Mir Ahmed. Me tuve que poner un chador encima de la gabardina y el pañuelo, parecía una viejecita pidiendo a la puerta de la iglesia. Aluciné con los millares de espejuelos que cubren las paredes y techos del mausoleo y con la beatería, casi rayando en lo erótico, de las mujeres rozando las mejillas, la frente, las manos, y apretándose sobre la tumba del tal Sayyez. Ante ese espectáculo se puede ser tan irreverente como Rushdie y dejar volar la imaginación hacia lugares mas apetecibles. La religión parece que se ha convertido aquí, en gran parte, en un ritual. Ni siquiera sabe la mayoría lo que reza porque lo hacen en árabe y casi nadie conoce esta lengua. No veo a Irán como un país religioso, da la impresión de que este tema es sólo un medio de poder de unos pocos fanáticos sobre la población iraní.

Yadz
Realmente estoy cansada, no sé si es que no quería reconocerlo o  es que me ha venido de pronto; me ha caído encima el cansancio como una manta pesada y caliente que me cubriera por completo. Cansada físicamente, me duelen las piernas. Cansada de viajar, estos días de viaje en autobús son como mucho de ocho horas y sin embargo se me hacen largos. Cansada de ver mujeres con chadores negros y de ver grupos sólo de hombres en demasiadas ocasiones. Definitivamente y a pesar de la amabilidad de sus habitantes este país es triste.

Isfahan 
Estoy desganada, me duelen las piernas y me he pasado el viaje desde Yadz dando cabezadas; para escribir, mi mano tenía que llegar hasta el macuto que tenía a mis pies y esto a ella debía de parecerle demasiado esfuerzo. 



(A partir de aquí los paréntesis son comentarios de mi chico que interviene metiéndose conmigo que es lo que le gusta)

La verdad es que estos últimos días son algo más sosos, el paisaje no acompaña mucho, las mezquitas son casi iguales (atención al cansancio...) la aventura ha desaparecido (más cansancio, no la creáis), las carreteras como las europeas, (seguro que no ha rezado lo suficiente esta mañana, sino no diría estas cosas), vida cotidiana muy regular (claro, le faltan las oraciones matinales, ya lo decía, yo. Bueno, también dice aquí a mi lado que lo que le faltan son los efebos)... y la sensación de regreso. Sin embargo sigo estando a gusto paseando por las ciudades y buscando algún rincón que anime la vista (ayer me dormí en el césped a un centenar de metros de ella, no se la puede dejar sola un minuto, y cuando me desperté allí estaba de flirteo con un tío de bigote ingeniero en ordenadores dándole a la labia...), creo que falta paisaje humano. Alberto decía ayer cuando paseábamos por un bazar lleno de mujeres: ¿Te imaginas que de pronto desaparecieran los chadores? ¡Qué fiesta para los ojos y el espíritu! Y es que el color de la ropa y la diversidad de cuerpos, peinados, andares, da vida a las ciudades. El libro de Ana María Briongos sobre Irán se titula Negro sobre negro, en cierta forma es así, pero también podría ser negro sobre el pardo, gris, del desierto, ambas cosas: el paisaje humano y el físico igual de monótono esperando que haya una luz que les de vida. En el caso del desierto se puede conseguir madrugando, en el de las mujeres iraníes es más difícil, se necesita estar muy cerca para descubrir una mirada o un gesto, imposible nada más. Si el viaje continuara un tiempo largo podría seguir siendo interesante y atrayente, pero ahora mismo necesitaríamos parar e inyectarnos proyectos e ilusiones nuevas. 

Kashan - Teheran
Cumpliendo mis propósitos, me inclino, abro el macuto y cojo el boli y el cuaderno. Después soplo. ¡Qué calor! Cualquier pequeño movimiento produce un aumento de temperatura debajo de la gabardina y el pañuelo. En la estación varias mujeres intentan hablar conmigo, no es la primera vez, están deseosas de conversación, pero es inútil, no van más allá de dos o tres palabras de inglés. Una pena, me iré de este país sin saber qué piensan de este tipo de vida enmarcada en negro que les ha tocado vivir.




Guille, Cork
Vuelta al curro tras un fin de semana de festival de cine (o seudofestival) y gastos bachianos (de Bach, se entiende). El sábado fui a ver la peli de Greenaway, y resulto ser un pestiño. Me da muy mala espina, muy mala espina, el aspecto que están tomando las cosas con Peter (Greenaway). Las dos últimas pelis son todo (o "sólo") imágenes, en esta última menos todavía. The Pillow Book era toda imágenes, y por ahí se podía disfrutar, y luego estaba la historia del cuerpo, todavía bien tratada. Pero aquí se le fue la olla, hay algunas imágenes. El sonido y la música parece que se quedaron en Los libros de Próspero, y la seriedad a medias entre Próspero (su mejor película) y The Pillow Book. Además, hay en la ultima peli de Greenaway algo que no esperaba, de verdad: vulgaridad y aburrimiento porque todo se ve venir. Me dije que tal vez podría recuperarme con un Greenaway real, el de hace más de diez años, el de El contrato del dibujante.

(Unos días después)
Lo de Greenaway es agua pasada, aunque todavía tengo rojos los ojos de las lagrimas... pasará como con Robbe-Grillet, me olvidaré de que Robbe-Grillet es también cineasta (malo con ganas, y vulgar), me olvidaré de que Truffaut hizo pelis también en los años 80, del discurso estúpido del personaje que se quema vivo en la Nostalgia de Tarkovski, de que Bergman hizo una película llamada La carcoma, etcétera. Olvidare que Greenaway ha hecho películas después de Prospero. Y seguiré disfrutando. Parte de la experiencia estética, de su disfrute, pasa por ahí, por seleccionar. Lo que no es disfrutable, al cubo de la basura. Puedo decir perfectamente: Nostalgia es una película maravillosa, cuando sé que hay cosas que no me gustan. Me las salto, las olvido, punto y final.


Alberto
No, no tengo ganas de leer, miro como se encienden y se apagan las luces de un establecimiento de la esquina. No sé si voy a recuperar las ganas en los próximos días, estoy lejos de la literatura india. Subo al hotel a la tarde con ganas de tumbarme, creo que son ganas de regreso ya. Pienso mucho en casa. Quizás todavía el otoño irlandés, esas nubes verticales y ese naranja que alguien pinta por la mañana en un extremo del cielo y por la tarde en el lado opuesto, que dice Guille. Juego de luces, niebla, agua, colores de otoño, interludio hacia el vuelo final de esta aventura de los principios de los cincuenta.

El último taxista nos tenía por locos cuando le dijimos que a las cinco de la mañana en el hotel, que queríamos ver las rocas de Persépolis pintadas de naranja; después nos dijo que en cuatro horas estaba visto todo Pasargada, Persépolis y Haghefe-e Sagri, todavía nos miró más raro cuando comentamos que de cuatro horas nada, que también queríamos ver el naranja en el otro lado...

En Pasargada quedan cuatro o cinco piedras. Naghsh-e Rostam es otra cosa. Las figuras humanas posando sobre la base de los relieves magnifican las proporciones de las esculturas; las tumbas son una anécdota en medio de este ingente trabajo de talla sobre piedra. La megalomanía de grandeza de Ciro el Grande (un bajorrelieve en Pasargada muestra animales y peces con la leyenda en tres lenguas, que recuerdan su poder sobre todas las tierras y los mares) y todos sus correligionarios consigue el efecto de hacer insignificantemente pequeñas las figuras de los viandantes que se asoman a contemplar los bajorrelieves.





Lucía, El Chorrillo
Quique se alejaba hace apenas unas horas por el camino al pueblo, aún oscuro y embarrado por la lluvia. Era una capa andante que en unos segundos al subir la cuesta desapareció. Una hora después me tocó a mí ponerme en marcha. La lluvia había cedido y el camino estaba muy hermoso, amaneciendo y con esa luz propia de después de la lluvia. Caminando hacia mis clases, la gente, el tren... hacia el mundo. Hay quienes quedarían alucinados, y quedan, y calificarían de yo qué sé que el tener que andar cada día este camino, el vivir aquí y el hacerlo de esta manera... Nuestro camino me prepara, me da tiempo, para enfrentarme al día, además me garantiza tranquilidad, o mejor dicho soledad. Imaginaos levantarse por la mañana y estar en medio de la ciudad, y en 10 minutos estar en la universidad, con las clases, los compañeros... No es tan difícil ¿verdad?, Pues me costaría una barbaridad, creo que me faltaría tiempo para asimilar y pensar sobre el día que me espera. No sé explicarlo bien, pero me resulta tan sencillo... Necesito esa soledad, al menos ese tiempo vacío que tiene el camino al pueblo. Necesito ese tiempo no buscado y cotidiano.




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