Los textos publicados en este blog los escribí hace unos años durante un viaje por China, Pakistán, India, Bangladesh, Nepal e Irán.
Puede ser una bonita manera de recordar y de dar forma a aquellos apuntes.
A ellos se añaden pequeños fragmentos del diario de ruta de Alberto, mi pareja de viaje por la vida, y cartas de nuestros hijos desde casa, Irlanda o India.
Hoy nuestro compañero de dormitorio es un efebo. Un efebo japonés, muy joven, de melena teñida de rubio, muy guapo.
Alberto:
Los montes Altai, en los límites con Rusia son un espléndido paraíso inexplorado de montañas y glaciares.
Urumqi, capital de Xingian, al norte de Tibet y del desierto de Taklamakan, punto importante de la ruta de la seda. Nos habían prometido una horrible ciudad de hormigón y polvo y nos encontramos con una magnífica ciudad organizada, pintoresca y en pleno desarrollo. Llegamos además por el camino más propio, el desierto, el desierto de Gobi, una ancha extensión de tierra de nadie donde apenas crecen unas pocas casitas donde aflora el agua, pero casi siempre circundado por altas y secas montañas. Uno mira desde Madrid el atlas y parece que todo lo que está fuera del ámbito grecorromano es un mundo lejano y cuasi salvaje, principalmente la zona euroasiática. Craso error, es admirable la cantidad de culturas con las que uno se va tropezando en el camino, y no sólo en los museos. Esta ciudad de Urumqi, por ejemplo, en donde tan pronto te encuentras con antiguas culturas turcomanas, mujeres al modo árabe más fundamentalista, con mujeres hans con minifaldas; después están las diversas ofertas étnicas, chiringuitos, ropas, estilos de viviendas, mezquitas mezcladas con supermercados al modo neoyorquino, rascacielos (toda China es un huerto de rascacielos en permanente construcción.
El día en Tianchi (chi=lago, Tian=celestial, cielo). Ida y vuelta, miles de chinos por todos los lados. Cuando nos alejamos se ve un bello farallón que me recordaba los Grandes Jorasses del Macizo del Mont Blanc, eran las montañas de Thiansan. Una pared impresionante preside los espolones centrales, luego, al oeste y al este, las montañas van diluyéndose y quedándose sin nieve hasta acabar desnudas y perdidas en múltiples estribaciones peladas, como parias de desierto que perdieran los atributos de altura con los años.
Mario, Delhi:
La vuelta todavía no la tengo asimilada…..Ahora empieza la otra etapa…..vuelta a la cultura madre habiendo conseguido (más o menos) armonizar con la que ahora dejo. Veo las calles y las gentes con más intensidad, como si quisiera llevarme la esencia a casa…..Europa, EE.UU., no somos los únicos de este mundo, son más los que no comparten nuestros absurdos ideales. La perfección es un buen camino si uno se queda a un millón de kilómetros de ella. Llegar a ella está siendo nuestra perdición…..Me llama la atención cómo uno puede encontrar la tranquilidad en estas ciudades tan caóticas, tan hermosamente caóticas…..Mañana estaré en España y serán las calles vacías y limpias, el orden del tráfico lo que me haga desear lo caótico de India. Se me antoja pensar qué ostentosa y qué poco estética es a los ojos del viajero la perfección de occidente.
Kike, El Chorrillo:
Mis lecturas sobre la India han roto mi idea idílica sobre el país y sus gentes. La destrucción de Gandhi, de Leguineche, síntesis de historia posterior a 1947, me evocan una visión muy poco romántica sobre la actual India. En cambio la inclñinación de Lucía a ver al indio como un “buen salvaje”, la historia de Mario en Calcuta y, en general, el halo pacífico que rodea a India me crean un conflicto: ¿tendrá que ver con la falta de sensibilidad? ¿podré conectar con la India como lo hizo Mario?
Guille, Cork:
Hace unos días la MELANCOLÍA existía en el orden de las cosas sobre la mesa. En aquella ocasión era la taza sobre el plato, las casetes y la agenda. Hoy es, claramente, este cuaderno abierto sobre la mesa cuando vengo de la cocina con las patatas y el té. Y tal vez ese fondo de dos camas con la mesilla y la lamparilla en medio contra un muro de persiana. La simetría no ya en los muebles, sino también, de arriba abajo, de la luz de la lámpara. Todo esto es de lo más positivo.
Tierra civilizada, podemos quitarnos la mugre acumulada durante una semana de no ducha, no water (con los cerdos sí), no water, and so on. Dos días de descanso antes de tomar el tren de Urumqi. Vida casera.
Hace un rato reflexionábamos sobre el cúmulo de factores que pueden intervenir para que percibamos a las personas de una forma determinada. ¿Cuál es la razón de que los indígenas bolivianos y los tibetanos de estos días me produzcan rechazo y no en cambio los kurdos, por ejemplo, que pueden tener, en momentos concretos, la misma condición de suciedad e ignorancia que los anteriores? La forma de mirar, el ambiente que encuentras en un determinado lugar, el grado de cansancio, el conocimiento de su cultura, de su situación social... Son mundos a los que nos es difícil llegar. Vamos cargados de una cultura que nos cierra el paso a una percepción más libre y objetiva de las personas y los grupos sociales.
A la hora de comer Albero ha visto un kentucki fried pollo y de le han abierto los ojos de par en par a pesar de estar encantado con la comida china. Así que allí nos hemos metido y hemos comido bajo la mirada de Clint Eastwood, con Ghost detrás y el Titanic en frente.
Chengdu-Urumqi
No es lo que esperaba. Una litera central y otra arriba del todo, cada uno en un departamento, calor, el ventilador no funciona, los únicos asientos fuera de las literas son los plegables del pasillo, pequeños e incómodos, en el momento en que uno se levanta le quitan el sitio.
Llueve a mares, el paisaje es verde, sigue habiendo grandes ríos y mucha vegetación.
Recuerdos de mi infancia. Mi hermano diciendo: "¡Papá, papá, mira, un tren largo! Los asientos de madera y los balconcillos situados en el extremo de los vagones de tercera clase. Me gustaban porque parecían trenes del Oeste. ¿Cómo es este olor de ahora mismo? Áspero, penetrante, el olor del tren de mi infancia. Huele a madrugada, a hombres bebiendo la copa del aguardiente de la mañana en la cantina de la estación, a la expectativa del viaje. Mi padre: "Ya lo van a formar" ¡Cuánto sabía de trenes ante los ojos oscuros y expectantes de mis seis años! Después el traqueteo, siempre el mismo ritmo, más fuerte, más suave. Asomada a la ventanilla imaginaba escenas de indios, de guerra, de aventuras, en aquellas lomas y campos por los que nos llevaba el tren durante... ¿cuánto tardaría? Los tiempos reales no sirven para medir los recuerdos infantiles.
Me vuelvo a encontrar mal con la gente, me molesta que enganchen su cortina en lamía cuando les molesta, que me quiten el sitio, que aporreen la puerta del servicio , que me cierren la ventana, que me empujen para que quite la pierna que tengo apoyada en la escalera...
No sé quién tiene razón, ni siquiera si la tenemos alguno de los dos. Bici en Nepal con Lucía-litera de arriba-equipaje que hay que bajar-respiro o no respiro-falta de adaptación-mosqueo por parte de los dos. Dice que es muy aburrido, totalmente de acuerdo ¡Mierda! ¡Estoy harta!
El ambiente está más tranquilo. El paisaje también ha cambiado, nos dormimos en medio de una vegetación casi selvática y despertamos en las puertas de un desierto de roca y arena. Aún quedan algunos matorrales raquíticos.
Me duelen los huesos y el alma. Es como si no fuera a ser capaz de salir de esto que ya no sé si es un bache o el inicio de una depresión. Todo el mundo parece feliz. Estoy cansada de mí, puedo ser tan repetitiva... Me veo cada vez más gruñona, más metida en mí misma y con menos aguante. Parece que los rasgos del carácter se acentúan con la edad, de ahí los miedos, la pereza ante todo lo que es nuevo o diferente de lo cotidiano, características mías de siempre.
Alberto: Neblinosa mañana de otoño, sueño reparador, músculos relajados, libros sobre la mesa. Llevamos casi cincuenta días, parece que el miedo al cansancio es infundado. Grandísimo manojo de diversidad bailando a lo largo de este viaje. El camino que nos queda es un hermoso recorrido de tierras y culturas.
El tren zigzaguea casi todo el día elevándose por un largo y estrecho valle. El río, marrón, describe continuos meandros, el bosque sube hasta las cumbres, agudas y agrestes, casi siempre. Las literas altas impiden sentarse, pasamos el día en el pasillo. De las montañas y los bosques pasamos durante la noche al desierto. La temperatura ha bajado. Un detalle de brusquedad de ella tensa de nuevo la cuerda de nuestras relaciones. Un poso de tristeza baña el día inevitablemente en estas circunstancias. Estamos en un periodo de estancamiento de duración imprevisible.
Mario, Calcuta: Dentro de tres noches a Delhi como si fuera el verdadero viaje de vuelta. Cada día son más visibles los minutos que me quedan y los acepto con alegre pena y penosa alegría. Me he despedido de mi viejecito y de otros pacientes. Ayer fui al café indio donde Tagore escribía y me encontré con un café de la generación del noventa y ocho a estilo indio.
Guille, Cork: Le trae a uno la sonrisa a la cara un toque de romanticismo, de humanidad, como el del pequeño mensaje que la chica morena da a Winston (1984, p.113), todo ello tras más de cien páginas de frío político. De hecho el primer capítulo de la segunda parte resulta un estallido de romanticismo en los dos sentidos, el más común relacionado con los sentimientos, pero sobre todo en el sentido abstracto, ¿decimonónico?, ese romanticismo que implica un riesgo, una ruptura de las reglas tal vez. Contento por mi renovado ritmo de lectura y disfrute con Orwell.
Se me altera la respiración cuando leo que os planteáis la posibilidad de venir a visitarme al final del otoño, se me vuelve a alterar al darme cuenta de mi alteración (ves, Mario, tu lenguaje es a veces un poco así, como esta última línea, pero no te mosquees, es coña (no, mamá, cognac no, cogna o coña, como veáis)). Los tópicos que se dicen sobre el paisaje verde de Irlanda, el paisaje por aquí, el paisaje por allá SON VERDAD. Y si hay algo de niebla o de nubes que cubran las colinas, entonces es ya de lo más impresionante (yo a defender lo mío, que sí, que el Tibet y la India muy alucinantes, pero no hace falta irse tanlejos para disfrutar del paisaje, digo yo)
Lucía, El Chorrillo: Adiós Ficus Carica. Hoy, en el paseo matutino por la parcela descubrí, sorprendida, la higuera tirada en el suelo, tu higuera, papá, estaba totalmente tronchada ¡Ay, no supe qué pensar!, me he puesto un poco triste... Debió ocurrir hace dos días cuando fuimos al concierto de Serrat, sus hojas están aún fuertes y verdes y si espero creo que podré aprovechar algunos de sus hijos. La explicación, ni idea, sin marxa de quemada (podría ser una rayo...), ni marcas de nada, los demás árboles de la zona están perfectamente, y ella estaba espléndida.... vino Quique después y estuvimos mirando, parece que la base del tronco, lo más enterrado y profundo estaba podrido. Ahora estudio Historia del español, voy despacio y atascada, sin demasiada ilusión y esperanza, me lo tomo como una obligación, últimamente no hago gran cosa, pienso y, bueno, no salgo pero los días aquí tampoco me resultan satisfactorios, momentos supongo...
En Zhondiang nos dicen que necesitamos un permiso de la policía para seguir la ruta Litang-Chendú, después de dos horas de papeleo sin intermediarios que hablaran inglés, la tenemos en las manos. Lo que nos espera es un enigma. Atravesaremos montañas de hasta más de siete mil metros en medio de la lluvia por caminos de tierra y sin saber si tendremos combinación de transportes.
Ha llovido toda la noche, veremos cómo se comporta el autobús por unos caminos que es fácil estén embarrados.
Más de la mitad del camino la pista es un camino de bosque, ríos caudalosos y espesos, algunas casas miserables a la orilla de la pista. Al pasar bajo las banderitas que señalan los collados los viajeros se levantan, cantan, gritan; el resto del tiempo duermen o pasan las cuentas de un rosario mientras recitan plegarias.
Llegamos a Xiangcheng. Una China diferente. Gente de piel muy oscura, rasgos asalvajados, muy primitivos. Muchos policías, algún que otro alboroto, no es un ambiente muy agradable.
Litang
Chispea por la mañana. Poco a poco las nubes se deshilachan serpenteando por los valles. La luz es suave y brillante. La pista discurre por una ladera de alerces.
La pista por la que circula el autobús tiene poco más de cuatro metros de ancho. En sentido contrario hay un camión averiado. Llueve de nuevo. Leo a Lermontov. Dos horas más tarde nos ponemos en marcha. Después el paisaje se abre, comienzan a surgir poblados y campamentos, una meseta de prados y rocas y una llanura que termina en Litang.
El entorno se ha enrarecido, ya nos lo advirtieron en Zhondiang. Paseamos por la única calle de Litang, el ambiente es gris, machos de piel oscura, aspecto sucio y cuchillo al cinto, no se ven mujeres. Producen un cierto temor. Los monjes budistas se pasean por las calles pidiendo, con un fajo de billetes en la mano, juegan al billar, su aspecto es tan mugriento como el del resto de la población. Cenamos a la luz de una linterna (por la noche no hay luz en el pueblo) en un supuesto restaurante. Nos vamos al hotel, las habitaciones, una cama y un lavabo, dan a una galería exerior. El cagadero (no se le puede llamar de otra maniera) es el peor del viaje, un lugar irrespirable, cerca del hotel, donde no se puede entrar sin llenarse de mierda, éste es más solitario al menos, el anterior era parecido pero se añadía una fila de tías pisándote casi la punta del pie esperando a que termines. Hay que buscar un sitio escondido en cualquier parte. Nos vamos, no nos gusta este lugar. El autobús parte a las cuatro de la mañana para un viaje de quince horas. A esa hora la calle era una boca de lobo, oscura y solitario. En el final aparece un autobús, lo asaltamos, no es ese, estamos de nuevo en la calle, volvemos a la oscuridad. A las cinco menos cuarto aparecen dos potentes faros amarillos, esta vez sí es nuestro autobús. Durante media hora hace tiempo subiendo y bajando la calle.
Kangdian – Chengdu
Llegamos a Kangdian. Cemento y cemento feo. Llueve. Hay un autobús que sale hacia Chengdu en unos minutos, no lo dudamos, nos embarcamos en otras quince horas de viaje. Esperábamos un lugar para descansar y esto es lo menos indicado.
Viajamos como si estuviéramos en nuestra furgo. Es un viaje placentero. Los vendedores de comida pasan una y otra vez bajo la ventanilla, dentro la gente charla, duerme, permanece tranquila sin hacer nada, juega a las cartas. Una pareja atiende a un perro y cuatro cachorros que viajan en una caja; una mujer “de rompe y rasga” me mira inquisidora mientras meo en una pocilga con cerdo incluido, poco después de que el autobús vuelva a arrancar despierta a Alberto para que le coja el cigarro encendido que se le ha caído desde su litera, se descuelga boca abajo para coger su bolso brindando una agradable, supongo, espectáculo a los viajeros del fondo al dejar caer la parte delantera de su blusón, ellos ríen y comentan.
Mi Pigmalión (dice que mi alma es oscura para que él la pueda iluminar) lee muy serio, su barba está a medio afeitar, debe de ser que como los chinos apenas tienen pelo sus maquinillas hacen la mitad del trabajo.
Habíamos salido de Kandiang a las cuatro, que se convirtieron en las cinco y media. Nos dijeron que llegaríamos a Chengdu a las cuatro o las cinco de la mañana. A esa hora no habíamos recorrido más de cincuenta kilómetros. Paramos en un pueblo a las siete de la tarde y a allí nos quedamos hasta las dos de la mañana. Alguien nos dijo que en ocasiones algunos autobuses han empleado tres días en hacer el trayecto. No nos importa. Hemos desayunado leche con galletas y huevos cocidos, nos hemos lavado los dientes y hay una música ambiental agradable. No tenemos prisa.
Llegamos a Chengdu cerca de las nueve de la noche, veintiocho horas en total. Nos metemos en el primer hotel que encontramos.
Alberto: Me gusta esta clase de vida, de traqueteantes caminos, de incertidumbre, de rutas alejadas del turismo, de no saber a ciencia cierta dónde comeré o dónde dormiré hoy, de barro, de niebla.
Cansancio de gente. Es triste pero es así, esta gente compone una parte sustancial de la humanidad ¿Por dónde cruza la línea esa humanidad que “visitamos” y por debajo de la cual el cansancio y el rechazo aparecen inevitablemente?
Adormilado vi pasar a ratos un paisaje lleno de niebla y hermoso valles. El autobús debe sortear algunas zonas de desprendimientos, aún así adelantan sin escrúpulos haya o no haya visibilidad, haya o no espacio.
Es difícil la conexión con Xian y el tiempo apremia si queremos estar en Delhi cuando lleguen Lucía y Quique, Probablemente tomemos directamente la ruta del oeste hacia Urumqi.
Guille, Cork: Rubén se fue. Pese a que mi relación con él no es muy cercana, sentí un pequeño ahogo al quedarme solo. Volví a casa andando (me llevó alrededor de una hora; Chet Baker y Joao Gilberto casi exactamente), y pensé que, con su partida, Rubén me había dejado la ciudad para mí. Ahora Cork sí es en cierto modo mi ciudad, la ciudad en la que vivo. Hasta ahora tenía la sensación de haber estado haciendo turismo.
Rubén ya está en casa. Algo de envidia.
Lleva lloviendo toda la mañana. Paseo por la ciudad llovida, compro tres postales (una para mí y otras para Eva y Ché), pregunto por trabajo y me piden un CV, miro algunos discos (ocio pobre) y finalmente me siento a tomar un (terrible) café.
No puedo. Tras más de cuarenta páginas de Doyle no puedo cambiar así por las buenas a Barthes. No es ya cuestión del contenido o del lenguaje: algo físico me lo impide: es como querer levantar un gran peso inmediatamente después de un gran esfuerzo.
Libros a mirar: Gombrich, (Deleuze), Sontag, (Panofsky), Swift, Wharton, Wolffin, Wolf, (Smithson), (Bergman).
En 1984, el pasado está solo en la conciencia, y resulta difícil mantenerlo ahí cuando no hay manera de refrendarlo, cuando todas las referencias externas han sido eliminadas bajo la imposición de una Historia. La tendencia será a integrar, aceptar (tal vez no conscientemente) esa Historia y a olvidar el pasado “real”: “day by day and almost minute by minute the past was brought up to date”.
Mario, Calcuta: Seis días para abandonar Calcuta. Un viaje a India no hace más que abrir el apetito y es que no te cierra la boca para siempre. Yo también pienso en otro viaje a India… pero ya se verá. Hay quienes responden a la pregunta ¿y qué tal India? Suciedad y ruido, no han sabido ver tras los ratoncitos y las cucarachas y los cazaclientes, las silenciosas noches como en ningún sitio he visto, la particular forma de ser de ellos a la que tanto nos cuesta adaptarnos.
Bueno, se supone que voy a trabajar, lo cual no me apetece, pero dad la situación lo necesito, no sólo desde el punto de vista económico sino para sentirme a gusto y no terminar los viajes con desfase como lo hice con Londres, Turquía y el “verano feliz” (esto último se lee con recochineo).
Lucía, El Chorrillo: Septiembre se acerca y con él el viaje a India. No estoy especialmente ilusionada con nada, me pregunto a menudo hacia dónde tirar y dirigir mi vida. ¡Tengo tantas ganas de pasar esto y avanzar hacia algún lado! Últimamente, mientras hago cosas en casa o cocino, escucho, o mejor oigo algo de música: Bach, los conciertos de Brandemburgo, el Magnificat, La Pasión según San Mateo, me gusta, aunque no tenga el sentido de la música desarrollado y no lo disfrute de forma plena.
El otro día Quique leyó algo sobre alquiler de bicis en Katmandú y se nos ocurrió que podíamos hacer con los papis una rutilla de tres días por el valle.
Mi chico dice que escriba, mi chico se va a afeitar. Está muy cariñoso últimamente, incluso esta tarde después de que se me saltaran las lágrimas con el dichoso tema de las bicicletas, los caballos, el miedo… no pensé que fuera a reaccionar así de tierno.
Hoy nueve horas de viaje por carretera de tierra. El paisaje imponente. Dequen polvoriento, sin gracia.
9 de agosto de 1999
Alberto está griposo, duerme. Acabamos de bajar de la zona del pico Meili, la única pena es no haber visto el pico, estaba cubierto. Nos quedamos atrás de una fila de turistas a caballo, subimos despacio por un precioso bosque.
Bonitos retratos de un no menos bonito chaval en el templo situado bajo el glaciar. Contradicciones respecto al budismo reflejadas en la antítesis entre los monjes que piden limosna en los pueblos, de aspecto embrutecido y los que están en los templos, y algunos otros, sencillos y de apariencia más espiritual que aparentemente reflejan con más proximidad las ideas del budismo.
Un vaso de leche caliente y una siesta le han subido el ánimo. Está contento sintiendo sus piernas después del esfuerzo de la mañana.
Alberto: La pista se embarra, encontramos en sentido contrario una larga fila de camiones hundidos en el barro. Tras una hora de forcejeos, van saliendo moviéndose como borrachos de un lado a otro de una pista cenagosa que se precipita inmediatamente en un vacío de más de mil metros de desnivel. Durante muchos kilómetros viajamos a paso de hombre, es un barro espero y profundo, siempre sorteando el precipicio, la montaña sigue cubierta de niebla.
Guille, Cork: Barthes: ¿integrar lo nuevo, las nuevas manifestaciones, en el camino cultural de la humanidad? ¿continuar la línea?
Mario, Calcuta: No está mal dudar y aprender a ver el reflejo de ti mismo en otras personas, siempre que uno no llegue hasta el punto de torturarse.
Los momentos de ensimismamiento y tristeza irracional me han vuelto a abordar. Todo funciona, parece, todo está en orden pero hay ocasiones en que uno se lo busca.
Es bonita la sensación de salir después del final del trabajo tras haber echado una última mirada a mi abuelito segundo (duerme y mastica la comida que le he dado hace una hora, todo marcha). Salgo contando las bajas del día, y los nuevos que van entrando y las mejoras de unos y de otros y que éste y aquél se han ido ya restablecidos.
Nada escrito en Lijiang. Unos días en cama por una infección de garganta mientras mi chico paseaba y fotografiaba adiestro y siniestro esta maravilla de lugar. Desechamos el viaje por el Tibet, demasiados problemas físicos y burocráticos; nos moveremos por sus cercanías por fuerza similares a las de la propia región. Preocupación ante los acontecimientos que les golpean y les cuestionan y perplejidad porque las relaciones van cambiando, se hacen mayores y caes en la cuienta de que ya son ellos los que pueden y deben decidir sobre su propia vida.
Un concierto de música naxi en el que la práctica totalidad de los músicos son ancianos de muchos, muchos años.
Una visita a un templo budista al que no llegamos a entrar fue sustituida por una excursión a una montaña. Alberto fue atacado por un enjambre de avispas que le dejaron el cuero cabelludo lleno de bultos y a él en un estado de cansancio, dolor y mareo que casi hizo necesario bajar a pedir ayuda. Barro a tope en la bajada que además de hacerme caer varias veces a Alberto le sirvió para calmar la picazón y el dolor producidos por las picaduras de las avispas.
Nos vamos a Zhongdian.
Alberto: Marco Polo es un hombre muy aburrido y reiterativo, ando despistado con la lectura. Mañana de safari fotográfico. Al otro lado del canal que divide la calle veo a un anciano de largas barbas blancas; se lava con mucha calma las manos, dedos largos y sarmentosos, acuclillado junto al agua. Cruzo el canal y me acuclillo junto a él mostrándole mi chuleta de hacer retratos. Me encuentro ante le gesto mesurado y apacible de un anciano culto. Me siento contrariado por la manera con que he abordado a este hombre, la del que se dirige a una mente más débil que la propia. Habla un inglés correcto y pausado. Me disculpo por mi mal inglés y entonces se dirige a mí en francés... pero ya estoy metido en mi papel de fotógrafo. Me sobreviene un ataque de timidez, le doy las gracias precipitadamente y, nada más. Es como si una fuerza moral muy superior a mí se me hubiera impuesto y me hubiera dejado sin recursos.
Mario, Calcuta: Quiero seguir aquí, seguir con mis enfermos, aprender a hacer curas y pasarme al grupo de la estación, que va recogiendo a los moribundos por el extrarradio, me dan ganas de hacer un curso de enfermería, ya curada la vista de horrores y deformaciones físicas. Escribo para hacer tiempo, para llenar las hojas, sin ganas, con cansancio acumulado y con alegría escondida. Debo de dar una impresión de pena, de depresivo crónico pero, pase lo que pase, cuente lo que cuente, soy feliz aquí, tengo mi casita, mi calle, mi restaurante de cinco rupias, mis amigos, mis conocidos indios, mis pacientes. mis lecturas, mi luna y mis estrellas.
Hemos pasado tres días en Kunming, capital de la provincia de Yunnan, en donde conviven 26 etnias diferentes. La ciudad se despierta en las calles que rodean la estación. Vacía a estas horas y organizada como una ciudad occidental, el cruce de una sola calle significa un cambio total de mentalidad ciudadana: tráfico que hace caso omiso de semáforos, bullicio por doquier, puestos de comida…
Estoy sentada en un banco junto a otras personas que esperan y ante una multitud que pasea, sube, baja, carga paquetes. Como siempre, los que están a mi alrededor miran descaradamente lo que escribo, esta letra de pulga les debe de llamar la atención. Los carros llevados por ciclistas esperan la llegada de nuevos autobuses, no parece que hoy haya muchas posibilidades de trabajo.
Cuando vuelva, me van a sonar a chino, nunca mejor dicho, las partitas de Bach o el Réquiem de Mozart. Este país es un desastre radiofónicamente.
Malos rollos me rondan últimamente. Tengo que trabajar la ilusión y la alegría, aprender a vivir sola conmigo. Todo se rompe por donde más se golpea, que dice Alberto.
Mario, Calcuta: Me levanto a las seis de la mañana, doy un corto paseo hasta la casa de la Madre Teresa. Al llegar, los enfermos han sido sacados de los dormitorios y nosotros fregamos el suelo, lavamos la ropa, y después acompañamos a cada enfermo, les damos masajes, les lavamos, les cambiamos, les damos compañía, les curamos y les ayudamos a pasar el día. Después de darles la comida, fregamos los platos y el patio. Hay discapacitados, tuberculosos, gente con graves heridas, con cáncer y un largo etcétera de 200 hombres y 200 mujeres. Yo me ocupo principalmente de dos vejetes, uno con sonrisa jovial y excelente inglés me llena el día con conversaciones, preguntas y agradecimientos por los masajes que le doy para ayudar a que recupere la movilidad del brazo; otro, un anciano que pasa el día tirado en el suelo, casi completo vegetal que trata de decirme siempre algo sin poder yo nunca comprender nada. Es con éste último con el que empiezo a tener una especial relación de cariño y amistad en silencio. Parece haberme nacido otro abuelo.
Los cambios continuos de ánimo, el volver una y otra vez a no aceptar la pobreza de la Calcuta cotidiana son la esencia de cada día.
No me puedo inventar las ilusiones ni los deseos que me lleven a unas expectativas ni cargadas de nervios, impaciencia, ni tampoco de serenidad. Mi vitalidad está en baja. Quiero ver un museo sobre las minorías étnicas en Kunming, pero si Alberto insistiera en hacer otra cosa, las fuerzas no me darían para mostrar un fuerte interés en ello y, después, lo utilizaría para sentirme peor. No debo soltar las amarras de la vida cotidiana a la que dan forma los pequeños deseos porque me quedaría sin nada, caería en la abulia y en la apatía.
Me cuesta aceptar el paso del tiempo, siento que la vida se me hace corta.
Se me ocurre la, tal vez, peregrina idea de que quizás me ayudaría el recoger cada noche aquellos momentos del día que han sido atractivos, con los que he disfrutado, me he emocionado… Esos momentos constituirían mis deseos, expectativas, ilusiones. Puede que ya no sea válido dejarme llevar por el instante.
Guilin-Kunming, 30 de julio de 2009
Se me hace raro escribir aquí, en el tren, espalda contra espalda, bajo la mirada de tantas personas. ¡Qué curiosos son los chinos!
No es fácil mantener el hueco que nos hemos hecho. La gente se abre paso como puede arrastrando su equipaje. Unos pasajeros nos quieren vender su asiento casi por el precio del billete. También hay que dejar pasar a los vendedores de comida, parte del caldo de un recipiente que hace equilibrios sobre una bandeja cae sobre Alberto y Los viajes de Marco Polo. Ruido en el fondo del vagón: un individuo, pistola en mano, con el dedo en el gatillo, empuja a otros dos que van esposados.
Anoche conseguimos dormir algo tumbados en el suelo o recostados en el macuto. La población del tren es variopinta, en general de buen carácter, aunque algunos muy brutos. Ha habido algún momento, sobre todo al amanecer, en el que me encontraba cansada de la gente, del gorgoteo que se oye cuando escupen, de los mocos lanzados contra el suelo, de los restos de comida… el retrete no tiene agua ni luz, el lavabo tampoco, no hay cubo de basura.
El trasiego de la gente en las estaciones, subiendo y bajando, es continuo. Hemos entrado en la provincia de Yunnan. Se ven tocados, trajes y aparejos de viaje distintos a los encontrados hasta ahora. Una anciana recoge botellas, sube una pareja jovencísima con el bebé en un morral y un cesto sobre el que se acumulan sacos, todo a la espalda.
Terminé de leer a Lu Xu. Muy bien.
Alberto: Viajamos en apretada humanidad, humanidad en el más primitivo de los sentidos. Hoy no hay mucha diferencia entre el hombre de Neanderthal y muchos de los pasajeros de este tren; manifestaciones elementales, comer, beber, evacuar, sudar; cambian la ropa y algunos usos, el medio de transporte. Tengo sentado por encima de mi cuaderno un bruto de esos, abre las piernas, aclara la tráquea, el esófago, los intestinos, y deposita, con estruendo, el resultado -un conglomerado inmundo de viscosidades de diferente color y forma- en el suelo; las salpicaduras alcanzan a todos los pasajeros próximos. Después pela huevos cocidos: al suelo las cáscaras.
Guille, Cork: Las manos heladas en Cork
Lucía, El Chorrillo: Las tarteras de plástico llenas de apetitosa comida preparada por Paz viajaban de aquí a allá vacías, bueno, llenas de agradecimiento.
Quique, El Chorrillo: Recordaba Toledo invernal, solitaria, la catedral helada, el tiempo detenido, muy familiar, conocida, entrañable; la transformación estival la ha hecho más claustrofóbica, más distante, menos mía.
Mario, Calcuta: Vuelve el ciego a cantar su vieja canción.