De Huangshan a Guilin en tren




26 de julio de 1999

En el tren camino de Guilin. El vagón está abarrotado y el ambiente no es agradable, los restos de comida y los escupitajos invaden el suelo, los rostros de muchos de los viajeros revelan hosquedad e incultura, miran con descaro y desabrimiento. El ambiente me resulta deprimente, en parte porque soy un bicho raro en medio de toda esta gente, es una sensación, no un razonamiento, me siento fuera de lugar. Ésta es otra China.


Leo los poemas de Su Dongpo, no es éste el lugar más apropiado, demasiado contraste. Llueve, son las cuatro y ya está oscuro. Quedan doce horas de viaje. Es un paisaje muy hermoso el de los arrozales con las colinas al fondo, más con esta luz de lluvia. Son parcelas muy pequeñas y trabajadas intensamente, unas aradas, otras en plena producción o bien quemándose y esperando de nuevo el arado.
Terminé con el libro de Verdú China Superstar, es útil, de una visión clara y bastante documentada sobre la situación actual del país.


“Las lentejuelas del agua que la lluvia dispersó
Han vuelto a reunirse en la superficie del estanque.
El croar de las ranas puebla los rincones.
Como en un sueño, se han desvanecido las flores del manzano.
Ocioso, me apoyo en mi bastón y arranco alguna verdura.
No hay nadie en el columpio. Con esmero cuido la última peonía
Solitaria en este final de primavera”


Cuando Su Dongpo compuso este poema tenía cuarenta y cuatro años, al leerlo pensé que tendría bastantes más. Me gusta porque refleja la tranquilidad, la sencillez de lo que puede ser la vida cuando ya has cumplido muchas de tus expectativas. Y en ese momento es hermoso cuidar la última peonía, aunque el columpio esté vacío.


Estamos junto a Changsha. Aquí hay más pobreza. Los chavales comen los restos que encuentran en los recipientes de comida tirados al andén o en la basura y recogen botellas vacías. Un mendigo de pelo largo y piel muy oscura se rasca con fruición una rodilla; sentado en una de las pilas de la estación intenta entrar en relación con ellos: al principio se ríen de él pero en seguida pegan la hebra; algo en común tienen. Desde la ventanilla del tren alguien les da unas ciruelas.


“Segunda vigilia, el monte desvela la luna.
El hombre solitario, como la luna sola
Inspiran pena.
Noche tras noche, bajo el pabellón del río
Las ramas se agitan sin cesar, a tenor del viento.
No puedo tenderme sobre la hierba cubierta de rocío.
Retorno, me encierro, me acuesto
Y escucho el murmullo de los insectos de la noche.”


¡Qué soledad!


Llegamos a Guilin después de 26 horas de viaje. Dormimos y nos vamos a Yangshou.




Guille, Cork: Azúa: "... entramos como dos caballos desbocados en la recta final de la felicidad amorosa, aquella en la que ambos dicen (...) ""cómo has cambiado"", o lo que es igual: ""¡cómo me he dejado engañar!"". A partir de ese estadio, la investigación amorosa es una forma de pasado y sólo el tiempo pretérito parece tiempo presente.


Mario, Calcuta: A lo lejos canta un ciego. Grita su canto contagiando su dolor, guiado por un niño y sujetando una bolsa donde lleva el dinero.



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