Estribaciones de Tibet. Provincia de Sichuan



Del 9 al 15 de agosto de 1999




 

Xiangcheng

En Zhondiang nos dicen que necesitamos un permiso de la policía para seguir la ruta Litang-Chendú, después de dos horas de papeleo sin intermediarios que hablaran inglés, la tenemos en las manos. Lo que nos espera es un enigma. Atravesaremos montañas de hasta más de siete mil metros en medio de la lluvia por caminos de tierra y sin saber si tendremos combinación de transportes.

Ha llovido toda la noche, veremos cómo se comporta el autobús por unos caminos que es fácil estén embarrados.

Más de la mitad del camino la pista es un camino de bosque, ríos caudalosos y espesos, algunas casas miserables a la orilla de la pista. Al pasar bajo las banderitas que señalan los collados los viajeros se levantan, cantan, gritan; el resto del tiempo duermen o pasan las cuentas de un rosario mientras recitan plegarias.

Llegamos a Xiangcheng. Una China diferente. Gente de piel muy oscura, rasgos asalvajados, muy primitivos. Muchos policías, algún que otro alboroto, no es un ambiente muy agradable.




Litang

Chispea por la mañana. Poco a poco las nubes se deshilachan serpenteando por los valles. La luz es suave y brillante. La pista discurre por una ladera de alerces.
La pista por la que circula el autobús tiene poco más de cuatro metros de ancho. En sentido contrario hay un camión averiado. Llueve de nuevo. Leo a Lermontov. Dos horas más tarde nos ponemos en marcha. Después el paisaje se abre, comienzan a surgir poblados y campamentos, una meseta de prados y rocas y una llanura que termina en Litang.

El entorno se ha enrarecido, ya nos lo advirtieron en Zhondiang. Paseamos por la única calle de Litang, el ambiente es gris, machos de piel oscura, aspecto sucio y cuchillo al cinto, no se ven mujeres. Producen un cierto temor. Los monjes budistas se pasean por las calles pidiendo, con un fajo de billetes en la mano, juegan al billar, su aspecto es tan mugriento como el del resto de la población. Cenamos a la luz de una linterna (por la noche no hay luz en el pueblo) en un supuesto restaurante. Nos vamos al hotel, las habitaciones, una cama y un lavabo, dan a una galería exerior. El cagadero (no se le puede llamar de otra maniera) es el peor del viaje, un lugar irrespirable, cerca del hotel, donde no se puede entrar sin llenarse de mierda, éste es más solitario al menos, el anterior era parecido pero  se añadía una fila de tías pisándote casi la punta del pie esperando a que termines. Hay que buscar un sitio escondido en cualquier parte. Nos vamos, no nos gusta este lugar. El autobús parte a las cuatro de la mañana para un viaje de quince horas. A esa hora la calle era una boca de lobo, oscura y solitario. En el final aparece un autobús, lo asaltamos, no es ese, estamos de nuevo en la calle, volvemos a la oscuridad. A las cinco menos cuarto aparecen dos potentes faros amarillos, esta vez sí es nuestro autobús. Durante media hora hace tiempo subiendo y bajando la calle.




Kangdian – Chengdu

Llegamos a Kangdian. Cemento y cemento feo. Llueve. Hay un autobús que sale hacia Chengdu en unos minutos, no lo dudamos, nos embarcamos en otras quince horas de viaje. Esperábamos un lugar para descansar y esto es lo menos indicado.

Viajamos como si estuviéramos en nuestra furgo. Es un viaje placentero. Los vendedores de comida pasan una y otra vez bajo la ventanilla, dentro la gente charla, duerme, permanece tranquila sin hacer nada, juega a las cartas. Una pareja atiende a un perro y cuatro cachorros que viajan en una caja; una mujer “de rompe y rasga” me mira inquisidora mientras meo en una pocilga con cerdo incluido, poco después de que el autobús vuelva a arrancar despierta a Alberto para que le coja el cigarro encendido que se le ha caído desde su litera, se descuelga boca abajo para coger su bolso brindando una agradable, supongo, espectáculo a los viajeros del fondo al dejar caer la parte delantera de su blusón, ellos ríen y comentan.
Mi Pigmalión (dice que mi alma es oscura para que él la pueda iluminar) lee muy serio, su barba está a medio afeitar, debe de ser que como los chinos apenas tienen pelo sus maquinillas hacen la mitad del trabajo.

Habíamos salido de Kandiang a las cuatro, que se convirtieron en las cinco y media. Nos dijeron que llegaríamos a Chengdu a las cuatro o las cinco de la mañana. A esa hora no habíamos recorrido más de cincuenta kilómetros. Paramos en un pueblo a las siete de la tarde y a allí nos quedamos hasta las dos de la mañana. Alguien nos dijo que en ocasiones algunos autobuses han empleado tres días en hacer el trayecto. No nos importa. Hemos desayunado leche con galletas y huevos cocidos, nos hemos lavado los dientes y hay una música ambiental agradable. No tenemos prisa.

Llegamos a Chengdu cerca de las nueve de la noche, veintiocho horas en total. Nos metemos en el primer hotel que encontramos. 






Alberto:
Me gusta esta clase de vida, de traqueteantes caminos, de incertidumbre, de rutas alejadas del turismo, de no saber a ciencia cierta dónde comeré o dónde dormiré hoy, de barro, de niebla.

Cansancio de gente. Es triste pero es así, esta gente compone una parte sustancial de la humanidad ¿Por dónde cruza la línea esa humanidad que “visitamos” y por debajo de la cual el cansancio y el rechazo aparecen inevitablemente?

Adormilado vi pasar a ratos un paisaje lleno de niebla y hermoso valles. El autobús debe sortear algunas zonas de desprendimientos, aún así adelantan sin escrúpulos haya o no haya visibilidad, haya o no espacio.

Es difícil la conexión con Xian y el tiempo apremia si queremos estar en Delhi cuando lleguen Lucía y Quique, Probablemente tomemos directamente la ruta del oeste hacia Urumqi.



Guille, Cork:
Rubén se fue. Pese a que mi relación con él no es muy cercana, sentí un pequeño ahogo al quedarme solo. Volví a casa andando (me llevó alrededor de una hora; Chet Baker y Joao Gilberto casi exactamente), y pensé que, con su partida, Rubén me había dejado la ciudad para mí. Ahora Cork sí es en cierto modo mi ciudad, la ciudad en la que vivo. Hasta ahora tenía la sensación de haber estado haciendo turismo.

Rubén ya está en casa. Algo de envidia.
Lleva lloviendo toda la mañana. Paseo por la ciudad llovida, compro tres postales (una para mí y otras para Eva y Ché), pregunto por trabajo y me piden un CV, miro algunos discos (ocio pobre) y finalmente me siento a tomar un (terrible) café.

No puedo. Tras más de cuarenta páginas de Doyle no puedo cambiar así por las buenas a Barthes. No es ya cuestión del contenido o del lenguaje: algo físico me lo impide: es como querer levantar un gran peso inmediatamente después de un gran esfuerzo.

Libros a mirar: Gombrich, (Deleuze), Sontag, (Panofsky), Swift, Wharton, Wolffin, Wolf, (Smithson), (Bergman).

En 1984, el pasado está solo en la conciencia, y resulta difícil mantenerlo ahí cuando no hay manera de refrendarlo, cuando todas las referencias externas han sido eliminadas bajo la imposición de una Historia. La tendencia será a integrar, aceptar (tal vez no conscientemente) esa Historia y a olvidar el pasado “real”: “day by day and almost minute by minute the past was brought up to date”.



Mario, Calcuta:
Seis días para abandonar Calcuta. Un viaje a India no hace más que abrir el apetito y es que no te cierra la boca para siempre. Yo también pienso en otro viaje a India… pero ya se verá. Hay quienes responden a la pregunta ¿y qué tal India? Suciedad y ruido, no han sabido ver tras los ratoncitos y las cucarachas y los cazaclientes, las silenciosas noches como en ningún sitio he visto, la particular forma de ser de ellos a la que tanto nos cuesta adaptarnos.
Bueno, se supone que voy a trabajar, lo cual no me apetece, pero dad la situación lo necesito, no sólo desde el punto de vista económico sino para sentirme a gusto y no terminar los viajes con desfase como lo hice con Londres, Turquía y el “verano feliz” (esto último se lee con recochineo).



Lucía, El Chorrillo:
Septiembre se acerca y con él el viaje a India. No estoy especialmente ilusionada con nada, me pregunto a menudo hacia dónde tirar y dirigir mi vida. ¡Tengo tantas ganas de pasar esto y avanzar hacia algún lado! Últimamente, mientras hago cosas en casa o cocino, escucho, o mejor oigo algo de música: Bach, los conciertos de Brandemburgo, el Magnificat, La Pasión según San Mateo, me gusta, aunque no tenga el sentido de la música desarrollado y no lo disfrute de forma plena.

El otro día Quique leyó algo sobre alquiler de bicis en Katmandú y se nos ocurrió que podíamos hacer con los papis una rutilla de tres días por el valle.