Kunming


3 de agosto de 1999







En la estación de autobuses

Hemos pasado tres días en Kunming, capital de la provincia de Yunnan, en donde conviven 26 etnias diferentes. La ciudad se despierta en las calles que rodean la estación. Vacía a estas horas y organizada como una ciudad occidental, el cruce de una sola calle significa un cambio total de mentalidad ciudadana: tráfico que hace caso omiso de semáforos, bullicio por doquier, puestos de comida…


Estoy sentada en un banco junto a otras personas que esperan y ante una multitud que pasea, sube, baja, carga paquetes. Como siempre, los que están a mi alrededor miran descaradamente lo que escribo, esta letra de pulga les debe de llamar la atención. Los carros llevados por ciclistas esperan la llegada de nuevos autobuses, no parece que hoy haya muchas posibilidades de trabajo.

Cuando vuelva, me van a sonar a chino, nunca mejor dicho, las partitas de Bach o el Réquiem de Mozart. Este país es un desastre radiofónicamente. 

Malos rollos me rondan últimamente. Tengo que trabajar la ilusión y la alegría, aprender a vivir sola conmigo. Todo se rompe por donde más se golpea, que dice Alberto.










 
Mario, Calcuta: Me levanto a las seis de la mañana, doy un corto paseo hasta la casa de la Madre Teresa. Al llegar, los enfermos han sido sacados de los dormitorios y nosotros fregamos el suelo, lavamos la ropa, y después acompañamos a cada enfermo, les damos masajes, les lavamos, les cambiamos, les damos compañía, les curamos y les ayudamos a pasar el día. Después de darles la comida, fregamos los platos y el patio. Hay discapacitados, tuberculosos, gente con graves heridas, con cáncer y un largo etcétera de 200 hombres y 200 mujeres. Yo me ocupo principalmente de dos vejetes, uno con sonrisa jovial y excelente inglés me llena el día con conversaciones, preguntas y agradecimientos por los masajes que le doy para ayudar a que recupere la movilidad del brazo; otro, un anciano que pasa el día tirado en el suelo, casi completo vegetal que trata de decirme siempre algo sin poder yo nunca comprender nada. Es con éste último con el que empiezo a tener una especial relación de cariño y amistad en silencio. Parece haberme nacido otro abuelo.

Los cambios continuos de ánimo, el volver una y otra vez a no aceptar la pobreza de la Calcuta cotidiana son la esencia de cada día.