Guilin



29 de julio de 1999

No me puedo inventar las ilusiones ni los deseos que me lleven a unas expectativas ni cargadas de nervios, impaciencia, ni tampoco de serenidad. Mi vitalidad está en baja. Quiero ver un museo sobre las minorías étnicas en Kunming, pero si Alberto insistiera en hacer otra cosa, las fuerzas no me darían para mostrar un fuerte interés en ello y, después, lo utilizaría para sentirme peor. No debo soltar las amarras de la vida cotidiana a la que dan forma los pequeños deseos porque me quedaría sin nada, caería en la abulia y en la apatía.

Me cuesta aceptar el paso del tiempo, siento que la vida se me hace corta.

Se me ocurre la, tal vez, peregrina idea de que quizás me ayudaría el recoger cada noche aquellos momentos del día que han sido atractivos, con los que he disfrutado, me he emocionado… Esos momentos constituirían mis deseos, expectativas, ilusiones. Puede que ya no sea válido dejarme llevar por el instante.

Guilin-Kunming, 30 de julio de 2009

Se me hace raro escribir aquí, en el tren, espalda contra espalda, bajo la mirada de tantas personas. ¡Qué curiosos son los chinos!
No es fácil mantener el hueco que nos hemos hecho. La gente se abre paso como puede arrastrando su equipaje. Unos pasajeros nos quieren vender su asiento casi por el precio del billete. También hay que dejar pasar a los vendedores de comida, parte del caldo de un recipiente que hace equilibrios sobre una bandeja cae sobre Alberto y Los viajes de Marco Polo. Ruido en el fondo del vagón: un individuo, pistola en mano, con el dedo en el gatillo, empuja a otros dos que van esposados.

Anoche conseguimos dormir algo tumbados en el suelo o recostados en el macuto. La población del tren es variopinta, en general de buen carácter, aunque algunos muy brutos. Ha habido algún momento, sobre todo al amanecer, en el que me encontraba cansada de la gente, del gorgoteo que se oye cuando escupen, de los mocos lanzados contra el suelo, de los restos de comida… el retrete no tiene agua ni luz, el lavabo tampoco, no hay cubo de basura.

El trasiego de la gente en las estaciones, subiendo y bajando, es continuo. Hemos entrado en la provincia de Yunnan. Se ven tocados, trajes y aparejos de viaje distintos a los encontrados hasta ahora. Una anciana recoge botellas, sube una pareja jovencísima con el bebé en un morral y un cesto sobre el que se acumulan sacos, todo a la espalda.
Terminé de leer a Lu Xu. Muy bien.


Alberto: Viajamos en apretada humanidad, humanidad en el más primitivo de los sentidos. Hoy no hay mucha diferencia entre el hombre de Neanderthal y muchos de los pasajeros de este tren; manifestaciones elementales, comer, beber, evacuar, sudar; cambian la ropa y algunos usos, el medio de transporte. Tengo sentado por encima de mi cuaderno un bruto de esos, abre las piernas, aclara la tráquea, el esófago, los intestinos, y deposita, con estruendo, el resultado -un conglomerado inmundo de viscosidades de diferente color y forma- en el suelo; las salpicaduras alcanzan a todos los pasajeros próximos. Después pela huevos cocidos: al suelo las cáscaras. 

Guille, Cork: Las manos heladas en Cork

Lucía, El Chorrillo: Las tarteras de plástico llenas de apetitosa comida preparada por Paz viajaban de aquí a allá vacías, bueno, llenas de agradecimiento.

Quique, El Chorrillo: Recordaba Toledo invernal, solitaria, la catedral helada, el tiempo detenido, muy familiar, conocida, entrañable; la transformación estival la ha hecho más claustrofóbica, más distante, menos mía.

Mario, Calcuta: Vuelve el ciego a cantar su vieja canción.