Yangshou y el río Li



28 de julio de 1999

Pináculos calcáreos sobre el sur de China. Un barco nos conduce río Li arriba al atardecer.



Tras la tempestad viene la calma, comenta Alberto refiriéndose a la bronca que se trae el matrimonio que lleva el barco. Sí, tras la tempestad vino la calma, me digo yo pensando en la nuestra, que no es que haya pasado todo, sino que ese todo se ha depositado como una capa más en la vida de cada uno. Estoy tranquila, absorta, un poco perdida en lo intemporal. Cada uno es uno mismo (o querría serlo) y nuestros propios límites so se pueden romper ni traspasar fácilmente.

Me veo, desde aquí, desde el ordenador muy cerca y muy lejos de mis hijos; cada uno viviendo sus experiencias y sus vidas independientes, diferentes, ricas e importantes, repartidos entre Cork, Calcuta y El Chorrillo. A veces, paro mi mente y los miro de uno en uno y disfruto sólo mirándolos. Todos esos pasos adelante y atrás de mi hija, esas comeduras de coco me recuerdan mucho a mí.




Ya me siento como si estuviera viviendo en China. En este pueblo tan turístico echo de menos mis costumbres cotidianas. Nos ha costado encontrar nuestra comida china, Yangshou está lleno de restaurantes occidentales; los turistas me molestan, parece como si me recordaran que yo de alguna manera también lo soy. Pero no, vivo aquí y allá.

Estoy a gusto en este país, los chinos me sorprenden, son un pueblo que no entra en los esquemas de norte-sur, países cálidos- países fríos, desarrollo-subdesarrollo. Los chinos son ruidosos, hablan muy alto, casi gritando estén donde estén, aunque el lugar sea un vagón de tren con casi todos los pasajeros durmiendo; les encanta tocar la bocina, aunque, también es cierto, no les queda más remedio si quieren sortear bicis, motos y peatones. Son risueños, se ríen por casi todo. En general las chinas son guapas y los chinos son feos ¡qué le vamos a hacer! Son activos, no paran un momento desde las cuatro y media de la mañana hasta las once de la noche, son habladores: en la calle, en los autobuses, en los pasillos de los hoteles, en los trenes… Y son muchos, muchísimos.

Hemos recorrido el río Li. Salimos a las cinco de la mañana, aún de noche. Los picos sobresalen a través de la niebla. Es un paisaje esplendoroso.






Alberto: Los picachos alrededor del río sobresalen entre la niebla; largas hilachas grises cruzan las sombras de estos atrevidos riscos.
Al mediodía la luz se hace plana y los pináculos pierden el esplendor de la madrugada.
La saturación de lo bello. La belleza del paisaje parece perder algo de su encanto en la reiteración de sus formas, bellas pero similares y reiterativas.

Mario, Calcuta: El insomnio es cada vez más y más largo. El día desembocó en una desgana triste. No sé exactamente qué fue, el niño en el suelo del patio, cercano a la muerte, su imagen paralizaba mi pensamiento, luego fue el paseo, el deseo de sentir que nadie me ve, luego la lluvia, el correr del agua por mis mejillas, la imagen del niño debatiéndose entre la vida y la muerte.


Guille, Cork: Fin a Azúa ("Historia de un idiota contada por sí mismo").


De Huangshan a Guilin en tren




26 de julio de 1999

En el tren camino de Guilin. El vagón está abarrotado y el ambiente no es agradable, los restos de comida y los escupitajos invaden el suelo, los rostros de muchos de los viajeros revelan hosquedad e incultura, miran con descaro y desabrimiento. El ambiente me resulta deprimente, en parte porque soy un bicho raro en medio de toda esta gente, es una sensación, no un razonamiento, me siento fuera de lugar. Ésta es otra China.


Leo los poemas de Su Dongpo, no es éste el lugar más apropiado, demasiado contraste. Llueve, son las cuatro y ya está oscuro. Quedan doce horas de viaje. Es un paisaje muy hermoso el de los arrozales con las colinas al fondo, más con esta luz de lluvia. Son parcelas muy pequeñas y trabajadas intensamente, unas aradas, otras en plena producción o bien quemándose y esperando de nuevo el arado.
Terminé con el libro de Verdú China Superstar, es útil, de una visión clara y bastante documentada sobre la situación actual del país.


“Las lentejuelas del agua que la lluvia dispersó
Han vuelto a reunirse en la superficie del estanque.
El croar de las ranas puebla los rincones.
Como en un sueño, se han desvanecido las flores del manzano.
Ocioso, me apoyo en mi bastón y arranco alguna verdura.
No hay nadie en el columpio. Con esmero cuido la última peonía
Solitaria en este final de primavera”


Cuando Su Dongpo compuso este poema tenía cuarenta y cuatro años, al leerlo pensé que tendría bastantes más. Me gusta porque refleja la tranquilidad, la sencillez de lo que puede ser la vida cuando ya has cumplido muchas de tus expectativas. Y en ese momento es hermoso cuidar la última peonía, aunque el columpio esté vacío.


Estamos junto a Changsha. Aquí hay más pobreza. Los chavales comen los restos que encuentran en los recipientes de comida tirados al andén o en la basura y recogen botellas vacías. Un mendigo de pelo largo y piel muy oscura se rasca con fruición una rodilla; sentado en una de las pilas de la estación intenta entrar en relación con ellos: al principio se ríen de él pero en seguida pegan la hebra; algo en común tienen. Desde la ventanilla del tren alguien les da unas ciruelas.


“Segunda vigilia, el monte desvela la luna.
El hombre solitario, como la luna sola
Inspiran pena.
Noche tras noche, bajo el pabellón del río
Las ramas se agitan sin cesar, a tenor del viento.
No puedo tenderme sobre la hierba cubierta de rocío.
Retorno, me encierro, me acuesto
Y escucho el murmullo de los insectos de la noche.”


¡Qué soledad!


Llegamos a Guilin después de 26 horas de viaje. Dormimos y nos vamos a Yangshou.




Guille, Cork: Azúa: "... entramos como dos caballos desbocados en la recta final de la felicidad amorosa, aquella en la que ambos dicen (...) ""cómo has cambiado"", o lo que es igual: ""¡cómo me he dejado engañar!"". A partir de ese estadio, la investigación amorosa es una forma de pasado y sólo el tiempo pretérito parece tiempo presente.


Mario, Calcuta: A lo lejos canta un ciego. Grita su canto contagiando su dolor, guiado por un niño y sujetando una bolsa donde lleva el dinero.